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Nací de un torbellino en el que volaban unos perros, unos leones, diez mil budas, tres selvas, una cascada, cientos de esfinges, un mago, una chamana, un gusano, una mariposa y una libélula, mil significantes y un significado, lo real, lo simbólico y Jerusalén. Y como el viento que arrancó las hojas rojas, verdes y azules del guanaco para crear al sagrado pájaro quetzal, quiso el torbellino que despertara el cuerpo y danzara la mente para ver nacer el mito.

domingo, 14 de diciembre de 2014

Caidas

Luchaba contra el sueño mientras mi compañero disertaba sobre las previsiones de cierre del año. Era la primera exposición que hacíamos en aquel Comité. La mía sería la última.

Llevaba toda la noche sin dormir. Toda la noche me llevó colocar aquellas cifras en el lugar adecuado. Ilusionar sin sobre-estimular. Realismo sin decepción. Lo justo para obtener la aprobación de la Dirección y cobrar los incentivos anuales. Sin generar grandes expectativas para el presupuesto venidero.

Bostecé. Angel Luis continuaba hablando.

- Y así es como pensamos terminar el año un veinte por ciento por encima de.... 

¡Cataplóm!

Un golpe seco dirigió la mirada de la audiencia hacia la petaca del sistema de audio que se había caído al suelo. Mi compañero continuaba su exposición, quitándole hierro al asunto, aunque ya no podíamos oirle.

En la segunda ponencia se desmontó el atril.
En la tercera cayó un foco.
En la cuarta se fué completamente la luz.
No llegué a exponer.

Abrí la puerta de casa y encontré a Juan en el sofá, bajo una manta, rodeado de cientos de kleenex arrugados.

- ¿Cómo estás? - pregunté-
- Llegas temprano - me contestó con voz de pato.
- Sí, hemos acabado antes y he venido a descansar un rato. Me caigo de sueño. ¿Te apetece una sopa caliente?
- Sí, por favor... y recuérdame a menudo que no vuelva a jugar al padel un día de lluvia...

Un golpe seco le interrumpió. La lámpara sobre la mesita del rincón cayó al suelo.

- ¡Mierda! ¡Estoy harto! ¿Qué le pasa a esta casa?
- ¿Qué le pasa? - pregunté sin mirarle.
- ¡Se cae todo!... - gritó.

Se cae todo. 
Todo se cae. 
Sí. 
Todo se cae. 
Las cosas se caen desde que decidiste empezar a verla. 
Algo cae cada vez que te inventas una coartada como la chorrada esa del pádel. 
Algo cae cada vez que contestas una llamada alzando mucho la voz. Recordándole a tu hipotético cliente que estás fuera de tu horario de atención. Que ya le llamarás desde la oficina. 
En cada uno de esos momentos, algo cae.

- Tal vez sean señales.- dije.
- ¿Señales? ¿Señales de qué?
- No sé. - Entré en la pequeña cocina americana abierta al salón y puse un poco de agua a hervir. - Tal vez señales de que tengamos que cambiar de casa. ¿Cuándo tienes que contestar a tu jefe sobre el proyecto de Londres? ¿No íbamos a salir a cenar para hablarlo?
- Bueno, ya hablaremos, no hay prisa. ¡Mierda! ¿Otra vez?. - El frasco de jarabe sobre la mesa se inclinó hacia la derecha. Juan lo cogió al vuelo.- De todas formas hoy no estoy para pensar en ello.

Miré el jarabe en su mano, horrorizada. 
Ya lo has decidido. 
Lo has rechazado sin decirme nada. ¿Por qué? ¿Por ella? 
No quiero pensar, no quiero preguntar. Lo sabré. Sabré si me va a dejar o la dejará a ella. Algo caerá y lo sabré. 
O tal vez se caerá lo nuestro. 
O tal vez se ha caído ya.

Suena la alerta del móvil. "Llamar a Andrea". Sí, eso, llamar a Andrea. Esta tarde tenemos cita en la universidad.

- Andrea, soy yo. ¿Qué hay de lo de esta tarde?
- Sí, si. Confirmado. No te preocupes. A las siete. Oye, ¿tú no estabas en no sé qué Comité?
- Bueno, digamos que ha acabado antes. Y dime, ¿de qué va lo de hoy?
- Es fascinante - sonó emocionada la voz al otro lado del teléfono-. Es sobre los estudios de Princetown y la consciencia global del planeta...
- ¿La qué? Andrea estás chalada. Dime si vendrá él.
- Claro que vendrá, ya hemos quedado...
- Está bien, no pienso tragarme un rollo más de estos, necesito hablar con ese hombre.
- Que sí, hija, que está todo acordado... Es a las siete. Se puntual.
- Perfecto, te veo luego.

Colgué a Andrea dejando, exasperada, el teléfono en la encimera. El agua hervía, eché los fideos mientras pensaba en aquella conferencia a la que me arratró mi amiga justo hacía dos meses. Justo cuando todo empezó a caer.

Fue una tarde lluviosa, como la de hoy. El móvil vibró en medio de la charla. Los ojos de todos los asistentes, intelectuales insaciables absortos en las palabras de aquel extraño ponente se volvieron a mirarme.

- Ssssss - me castigó Andrea.
- Lo siento - susurré.- Me he olvidado de silenciarlo.- Era un mensaje de Juan. "Trabajaré hasta tarde. No me esperes levantada".

Un golpe seco interrumpió al orador. Uno de los libros sobre su mesa se había precipitado al vacío.

- Prosigamos, continuó el profesor al identificar el motivo del golpe.

Al final de la charla Andra se acercó al estrado.

- Ven - me dijo.- Quiero que me dedique su libro.
- ¿Qué libro?- pregunté.- ¿De qué va? - Andrea me miró con cara de asesina.
- No te has enterado de nada, ¿verdad? El libro del profesor Alvarez Valencia y su conferencia de hoy hablan sobre la ampliación de la consciencia. Cómo entrenarla para percibir más, señorita cuadriculada. No sé para qué me molesto en traerte... no se ha hecho la miel para la boca del...
- ¡Oye!...

Aquella había sido la primera vez. La primera caída. En aquella conferencia sobre ampliación de la consciencia.

Conduje con cuidado pues la lluvia caía copiosamente, un poco más lentamente que la tarde.

Un vigilante de seguridad se acercó hasta el coche.

- Buenas noches señora... ¿se dirige usted a...?
- Pabellón E. aula Magna.- contesté.
- Es el edificio a su izquierda. ¿Desea que la acompañemos? dijo señalando el pareaguas abierto con el que se guarecía.
- No gracias, llevo uno.  Muy amable.

Encapotada y sorteando los charcos llegué junto a Andrea que me esperaba a la entrada.

- Me tienes intrigadísima.- Me dijo al oído mientras juntábamos las mejillas. - Ven, nos espera.

Un hombre se encontraba en la entrada del Aula, junto a un banco. Era el profesor Alvarez Valencia.

- ¿Señoras? - dijo el hombre, cuando nos aproximamos.
- Bueno, yo les dejo. - Dijo mi amiga entrando en el Aula abarrotada. La puerta se cerró a su espalda.
- Espero que seal algo importante. Voy a perderme la ponencia de un buen amigo.
- Le agradezco su tiempo. Es importante, se lo aseguro. ¿Nos sentamos?-dije tomando asiento en el banco. El profesor se sentó a mi lado. - Verá, no sé si recuerda que el día de su conferencia cayó un libro de su mesa sin motivo aparente...
- No. No lo recuerdo. ¿Tiene alguna importancia? - La voz cortante de aquel hombre me hizo sonrojar... - No irá a contarme alguna tontería como que cuando alguien pronuncia una falsedad en su presencia caen objetos al suelo, o algo así.
- ¿Disculpe? ¿Cómo lo sabe?
- Capítulo III de mi libro "Cómo ampliar la consciencia". Si aplica usted las técnicas que explicamos en la conferencia estará más abierta a percibir, recibirá más estímulos que asociará con otros acontecimientos y creerán que están relacionados.
- ¿Cómo? Pero, no es posible... mire, lo tengo comprobado.
- Tonterías.
- Puedo probarlo.- El hombre me miró desafiante.
- Adelante.- dijo.
- Mientame sobre su edad.
- Tengo veinticinco años- dijo el profesor, malhumorado. - Un botón de su gabardina cayó al suelo, entre ambos.
- Estaba mal cosido.- Dijo el hombre.
- ¿Cómo?... Diga que me ama.- contesté rápidamente.
- La amo.- La bombilla que se encontraba sobre nosotros soltó un leve zumbido y se apagó...- La tormenta, sin duda, señora.- El profesor se levantó y me miró con frialdad.- Si me disculpa, creo que voy a entrar a esa conferencia.
- Pero... - dije mientras veía cómo se alejaba y abría la puerta del Aula Magna. Las voces del interior invadieron el vestíbulo.
- El hombre necesita creer.- Me dijo volviéndose un instante antes de adentrarse en el aula.



20141208 Realismo fantástico

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