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Nací de un torbellino en el que volaban unos perros, unos leones, diez mil budas, tres selvas, una cascada, cientos de esfinges, un mago, una chamana, un gusano, una mariposa y una libélula, mil significantes y un significado, lo real, lo simbólico y Jerusalén. Y como el viento que arrancó las hojas rojas, verdes y azules del guanaco para crear al sagrado pájaro quetzal, quiso el torbellino que despertara el cuerpo y danzara la mente para ver nacer el mito.

domingo, 18 de enero de 2015

El astillero de corazones

Ya casi no podía oír las sirenas de las ambulancias. Sonaban tanto, tantas veces, en cada momento, cada día, cada hora, cada minuto, cada segundo...

Marcus se había inmunizado ante ese sonido. A pesar de los esfuerzos de Enrique, el jefe de flota, que había conseguido que las sirenas entonaran melodías distintas dependiendo de la gravedad de los casos que traían.

Pero Marcus, ya no prestaba atención a esos sonidos que significaban nuevas entregas, nuevos casos, nuevos enfermos. Nuevos corazones rotos.

No, ya no podía escucharlas. no podía.

Marcus únicamente pensaba en cómo atender a aquel inmensurable tropel de personas que acudía cada día al astillero de corazones.

Hacía tiempo que ya no existían los hospitales. Se habían reconvertido en aquella suerte de muelles reparadores.

Ya hacía años que la gente no enfermaba, ni de gripe, ni alergias, ni siquiera traumatismos. Nada de cánceres, anemias, enfermedades de transmisión sexual... nada.

Solamente existían enfermedades coronarias, cardiacas, cardiovasculares, neurocardiacas, cardiopatías, arritmias, anginas de pecho, ataques de corazón, cardiomiopatías, endocarditids, pericarditis, fallos cardiacos, paros cardiacos, presión arterial, soplos, insuficiencias, valvulopatías, y un largo etcétera.

- Doctor Marcus... doctor Marcus... ¡Doctor Marcus! - le llamó por tercera vez desde varios metros más abajo Almudena, la enfermera jefe del servicio de urgencias.- Baje, las ambulancias han llegado.

- ¿Cómo? - Respondió Marcus saliendo de su ensoñación.- Ah, claro. No las he oido. Bajo enseguida.

Marcus comprobó el estado de su arnés y se deslizó por la tirolina hasta el suelo. Mientras descendía, saludaba a los enfermos situados en las camas de los niveles inferiores de aquella inmensa litera, tomando nota mentalmente de su aparente estado para las visitas de la tarde.

Con un ágil movimiento, colocó ambos pies en el suelo y soltó su arnés. Miró a Almudena, la corpulenta y extremadamente eficaz jefa de enfermeras, ataviada con sus correas y arneses, preparada para la batalla.

- Me preocupa usted.- Dijo Almudena por lo bajo mientras caminaba a su lado. - Acaban de llegar cinco ambulancias entonando el canon a tres voces de Pachelbel. ¿Cómo es posible que no lo haya oído?

- ¿Eran cinco y entonaban el canon a tres voces? ¡Magnífico!, ¡Enrique se supera cada día!.

- Sí, hoy no vienen muchos pero son casos complicados. por cierto, quería comentarle que voy a instalar una hilera de camas adicional entre las ya existentes. ya no tenemos sitio.

- Por Dios, Almudena, ¿es necesario? - preguntó el médico preocupado.- ¿No podemos derivar a nadie a otros centros?

- No, no podemos. De todas formas, he oído que en el Provincial apilan a los pacientes, que acaban abrazados para no caerse de las camas, y, al parecer, eso está acelerando el proceso de curación.

- ¿En serio?

- Sobre todo las arritmias y cardiopatías leves. Luego se lo cuento. - Almudena aseguró su arnés a una de las cuerdas que colgaban del techo y su cuerpo enorme y redondeado comenzó a ascender como un globo aerostático. De pronto recordó algo y se paró.- Por cierto, los nuevos aspirantes le esperan a la entrada del astillero.

- Ah, sí.- Contestó Marcus.- A ver si tenemos suerte.

Avanzaba entre los corredores tapizados de literas enormes, desde las que los enfermos eran atendidos por ángeles embatados que se desplazaban ágilmente entre las cuerdas. El astillero, que había sido el quirófano de aquel antiguo hospital, se encontraba al final del corredor. Veía como su personal se aseguraba por atender los nuevos casos y asignarles un lugar en aquellas, en efecto, atestadas camas.

Necesitaban más personal, pero era tan complicado... Tenía tres vacantes libres desde hacía meses. Por fín la administración le había enviado dos candidatos. "Solo dos", pensó. Pero serían buenos, estaba seguro.

En aquellos tiempos solo la especialidad de cardiología tenía futuro. Las universidades no daban a basto en poner suficientes cardiólogos en la calle, y los criterios de especialización eran tan estrictos... Los estudiantes tardaban años y años en finalizar los estudios. Algunos acababan la carrera con cuarenta o cincuenta años. Otros con setenta u ochenta, pero merecía la pena. Era un trabajo seguro.

Lo malo de los recién licenciados de ochenta años es que la mayoría no tenían buen pulso para operar. Pero tenían otras habilidades.

En la puerta del astillero le esperaban dos personas con bata. Una de ellas era una joven de entre treinta y cuarenta años, no podía determinarlo con precisión, pues los avances dermatológicos habían acabado con las arrugas de expresión y las mujeres se veían igualmente espléndidas hasta casi los sesenta.

A su lado, un anciano de aspecto honorable charlaba animadamente con las manos sumergidas en los bolsillos.

- Señores, buenos días.- Saludó Marcus tendiéndoles la mano. - Soy el doctor Marcus, el director de la sección de cardiología, y, por tanto, del astillero.

- Doctora Martínez.- Contestó la mujer estrechando enérgicamente su mano. Tenía una voz sensual y se movía de manera firme y profesional.

- Doctor Carbajo.- Dijo a su vez el hombre, intentando que no se notara el temblor de sus dedos al saludarle.

- Bienvenidos - prosiguió Marcus. - He de felicitarles a ambos por sus brillantes expedientes. No obstante, supongo que conocen que han de pasar una prueba de acceso para incorporarse.

- Lo sabemos - contestó el hombre.

- Preparada para ello.- Dijo ella mientras estiraba sus manos en un típico gesto de cirujano antes de una operación. La puerta de doble hoja, a sus espaldas, dejaba entrever lo que les esperaba tras unos empañados ojos de buey. Marcus empujó enérgicamente las puertas y entraron en el antiguo quirófano.

- ¡Estupendo! - Exclamó la doctora martínez al contemplar el cuerpo de un hombre abierto en canal sobre la camilla, y su corazón reposando en una bandeja, junto al material quirúrgico. Los tres se acercaron, al cuerpo primero, y al zorazón despues.

- ¿Y bien? - preguntó Marcus dirigiéndose a sus dos candidatos.

- Es un típico caso de rencor filio-paternal recalcitrante. Yo diría que en su grado máximo.- Se apresuró a decir la doctora Martínez.

- ¿Y usted? - Marcus habló esta vez a su aspirante de más edad. El anciano, que giraba alrededor de la bandeja observando cuidadosamente, tomó un disector de la bandeja que acercó a la viscosa capa gris que envolvía el frágil músculo, y rozándolo apenas contestó:

- Coincido con el diagnóstico, doctor Marcus. La gravedad es máxima.

- En efecto. Cada día nos llegan decenas de casos similares. Es una operación muy compleja. Reparar órganos así, en ocasiones es imposible y tenerlos que reponerlos en su cuerpo habiendo apenas raspado su mal.

- Si me permite, doctor Marcus - se adelantó la doctora Martínez - me gustaría intentarlo. Creo que estoy sobradamente preparada para realizar varias intervenciones diarias de este tipo.

Marcus miró a la decidida mujer. Su aspecto era aniñado, pero su mirada y su voz demostraban una determinación propia de una profesional experimentada.

- No es necesaria la operación.- Interrumpió Carbajo. Marcus y la doctora Martínez se habían olvidado prácticamente de él. Era imposible que el benerable y novato doctor pudiera acometer aquella operación.

- ¿Qué sugiere usted, por tanto? - le preguntó Marcus.

- El hijo, ¿está aquí?

- Es una hija y no. Vive fuera, pero tenemos sus datos de contacto. Estamos intentando localizarla. Es la única familia que tiene.

- Déjeme intentarlo.- Dijo el hombre, extendiendo su mano a la espera del expediente médico.

- Por supuesto.- Marcus le extendió la carpeta y el hombre salió de la sala.

- Pero, ¿qué hace? - protestó la doctora Martínez.- Deberíamos operar de inmediato. Es un caso típico, podemos hacerlo, se está arriesgando usted, perderá el prestigio del astillero...

Marcus ya no podía oír a la doctora, que continuaba dándole todo tipo de argumentos. No podía oírla a ella, como no podía oir las ambulancias, como no podía escuchar todo lo que supusiera más dolor, más enfermedad, más lucha...

No, Marcus no podía oírla.

Marcus solo pensaba en aquellas palabras de Almudena. Los pacientes del Provincial abrazados para no caerse de las camas y curándose por ello.

Marcus ya no podía escuchar a la doctora Martínez. Sólo podía sonreir mientras contemplaba cómo a aquel corazón depositado en la bandeja se le desprendía todo su mal.



20150111 Realismo Mágico.








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