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Nací de un torbellino en el que volaban unos perros, unos leones, diez mil budas, tres selvas, una cascada, cientos de esfinges, un mago, una chamana, un gusano, una mariposa y una libélula, mil significantes y un significado, lo real, lo simbólico y Jerusalén. Y como el viento que arrancó las hojas rojas, verdes y azules del guanaco para crear al sagrado pájaro quetzal, quiso el torbellino que despertara el cuerpo y danzara la mente para ver nacer el mito.

martes, 21 de octubre de 2014

La Etapa

Lo siento, no podemos permitírnoslo.- Aquel joven impecable, elegante y preparado, me miraba con aflicción después de escuchar durante más de media hora, casi sin interrumpirme.
 ¿Por qué?-. Contesté. Sabía la respuesta, pero no renunciaba a oírla de nuevo.
- Las cosas son así. Es lo que pasa cuando te encuentras en determinada etapa de tu vida.

Había una gran diferencia entre él y los anteriores. La delicadeza y conexión profunda con las que me hablaba. Quizá conociera a alguien cercano en mi misma situación. Una hermana, su novia, una amiga… Probablemente no estuviera de acuerdo con esta medida.

Miré las paredes de aquella sala, repletas de mensajes positivos: “Construye tu futuro”; “Tú y solo tú eres el dueño de tus sueños”; “Equipo es más que la suma de todos”.

De nuevo nuestras miradas se encontraron.

- De verdad, lo siento. Te acompaño – me dijo. No quise alargar aquello. Nos levantamos y avanzamos lentamente por el largo pasillo mientras salíamos del ala cuyo letrero rezaba “Recursos Humanos”. Me apretó las manos a modo de despedida. No sé por qué dije - Gracias - y él: No te rindas.

Antes de abandonar la recepción me fijé en la amable secretaria que me había atendido cuando llegué. Imponente, veterana y con un aspecto muy profesional, me guiño un ojo y me susurró desde lejos: “Suerte”.

Suerte, suerte, estamos contigo, no te rindas. Qué fácil de decir. O tal vez no. Los mensajes anteriores fueron distintos: 

¿Treinta?
¿Estás casada? 
- ¿Piensas tener hijos?

¿Que le pasaba a esta sociedad? ¿Acaso podía enfermar más? ¿Cuánto habíamos retrocedido en los últimos años? ¿Qué sentido tenía estudiar y prepararse hasta agotar el último aliento si no te quieren porque puedes quedarte embarazada?

Hace unos años los discursos eran distintos. Se hablaba de conciliación. Los países nórdicos reconocían el mismo período de baja a los padres y así la mujer no se encontraba en desventaja.

La unión europea no hacía más que aprobar leyes de igualdad para garantizar la paridad en empresas e instituciones, pero se habían olvidado de esta grieta, habían olvidado que hecha la ley hecha la trampa.

En los últimos años las empresas se habían llenado de jovencitas becarias con una altísima preparación y contratos precarios que pudieran interrumpirse antes de llegar a “esa etapa”. Y las mujeres mayores de cuarenta y cinco se habían convertido en profesionales cotizadas: Aptitudes, experiencia, y mínimo riesgo de embarazo.

El ascensor abrió sus puertas y me expulsó entre un número indeterminado de gente al hall de la entrada. El sol brillaba en el exterior. Necesitaba un café, pensé, y no sé cómo me encontré sentada en la barra del bar de enfrente.


Algo me sacó de mi ensoñación. La chica de la barra había dibujado un trébol de cuatro hojas en la espuma de mi capuccino. La miré y me dirigió una sonrisa. Debía tener mi edad. Estaba embarazada. Tal vez el bar fuera suyo.

Pedí la cuenta y la camarera me dejó un ticket con una tarjeta sobre un platito.

Toma – me dijo. Miré la tarjeta. Ponía AMEEE “Asociación de Mujeres En Esa Etapa”. – No están lejos de aquí. Son un círculo grande, empresarias, madres, ejecutivas y funcionarias. Con esas no pueden. A través de un entramado de empresas de inversión están detrás de muchas de las corporaciones que aparentemente cumplen las directrices del Gobierno.

La miré, sorprendida.

 ¿Cómo es que no se sabe nada de esto?
Se sabrá. Pronto. Se están preparando. Te gustarán. También hay hombres. Ese chico que te entrevistó te vió por la ventana entrando en este bar y me llamó para que te diera la tarjeta.

Me levanté para irme mirando aquella tarjeta, con mi mente instalada en la duda.

Gracias – ¿es así como encontraste este empleo?
- No – me contestó – aunque es difícil también es posible hacerlo sola.
Eso es lo que pensaba.

Y guardando la tarjeta en mi gabardina me despedí de ella con una sonrisa.

20141005 Cuento en tres finales. Final 3.




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