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Nací de un torbellino en el que volaban unos perros, unos leones, diez mil budas, tres selvas, una cascada, cientos de esfinges, un mago, una chamana, un gusano, una mariposa y una libélula, mil significantes y un significado, lo real, lo simbólico y Jerusalén. Y como el viento que arrancó las hojas rojas, verdes y azules del guanaco para crear al sagrado pájaro quetzal, quiso el torbellino que despertara el cuerpo y danzara la mente para ver nacer el mito.

domingo, 30 de noviembre de 2014

El matemático y el imbécil

Allí estábamos los tres. El matemático, el imbécil y yo.

Eché un nuevo vistazo al escenario del crimen mientras los forenses se hacían cargo del cuerpo. Fotografié una vez más, con mi móvil, la fórmula escrita en el espejo con trazos "bermell pasionnatta". Así lo indicaba el pequeño adhesivo del lápiz de labios que encontramos en el suelo y ahora dormía en una bolsita transparente y precintada.

- ¿Entonces? - pregunté al matemático, sacándole de la ensoñación que le producía mantener su mirada en mi escote.- ¿Quiere decir que no sabe lo que significa?

- Eeeehhh ¡Sí! - contestó, poniendo un dedo sobre el puente de sus gafas y empujándolas hacia arriba. - Técnicamente no es una fórmula, sino más bien un código. Tengo una ligera idea pero prefiero contrastarlo con los archivos de la Universidad.

- Y eso ¿Cuánto le llevará? interrogué de nuevo colocándome en jarras frente a él y dejando que la blusa se abriera un poco más.- Puedo hacer que alguien le acerque hasta allí y pasarme yo misma esta noche a escuchar sus conclusiones... ¿le parece bien? - el hombre permanecía hipnotizado mientras el imbécil se balanceaba sobre sus zapatos, con las manos en los bolsillos, tragándose una sonrisa a la vez que miraba al suelo.

- Y tú, ¿De qué te ríes? - le increpé.

- De nada, lo siento.- dijo recuperando a duras penas la seriedad.

- ¿Qué me dice? - pregunté de nuevo al matemático.

-Sí, supongo que si trabajo hasta la noche lo tendré...

- Perfecto - interrumpí - mi ayudante, el agente Acevedo, le llevará.

- Pero... -replicó el imbécil - El comisario Bermúdez...

- Yo me ocupo del comisario Bermúdez - le interumpí a la vez que le lanzaba las llaves del coche.- Martínez, te vienes conmigo.

- Sí, agente Bermúdez - se oyó una voz al otro lado de la sala.

Aquel cuarto unas horas antes debía haber sido un acogedor salón. La decoración provenzal con antiguas vitrinas lacadas en blanco, ahora destrozadas, mostraban el buen gusto de la víctima. Numerosos objetos, cristales, y plantas arrojadas por el suelo, que fuí sorteando a zancadas, se hacían eco de la batalla. Llegué junto al agente Martínez, que conversaba con Marta, la forense, y escuché que decía:

- Se trata de un traumatismo craneo-encefálico. La sangre apenas ensucia los cabellos y la ropa. Unos sesenta años. Se dedicaba a la enseñanza. Vivía sola. Probablemente sorprendió a alguien robando.

- ¿Quien es?. - Dije tomando en mis manos un exquisito marco de plata antigua labrada a mano cuyo cristal tampoco había sobrevivido a la contienda. En la foto se veía a la víctima muchos años antes, junto a un apuesto hombre uniformado.

- Enviudó hace quince años, - dijo Martínez colocándose a mi espalda. Podía respirar su olor a tabaco negro.

- ¿Hijos?

- No, ni hijos ni más parientes. Estaba jubilada. Vivía de su pensión y de la de su marido, que era militar. Era una mujer de carácter seco y estricto pero muy conocida en la parroquia y en la comunidad. Vamos, te llevo. Te dejo a unos pasos de la comisaría antes de que tu padre nos vea.

- A estas horas ya se habrá enterado. Ni te preocupes.- Me adelanté despidiéndome de Marta con la mano.- ¿Qué más hay? - dije mientras me subía al peugeot 407 gris.- Dios, esto apesta, ¿Cuándo vas a dejar de fumar? - Martínez sonrió y arrancó.

- Parece listo - dijo.
- ¿Quien?
- Ya sabes quien.
- Ah, el imbécil.
- Qué borde eres. El no tiene la culpa, tal vez puedas convertirle en un buen poli.
- Paso.
- Ya, pasas de todo.
- No, de todo no. - dije poniendo mi mano en su pierna. Martínez sonrió. - ¿No es raro que nos enteráramos esta mañana? - pensé en alto... La muerte fué anoche, ¿nadie oyó nada?

El aviso entró por la mañana, justo después de salir del despacho del comisario, furibunda, dejando que la puerta pegara un estruendoso portazo que hizo enmudecer a todos.

- ¿Qué? - espeté. La puerta volvió a abrirse detrás mía con la misma violencia.

- ¡Bermúdez! - gritó mi padre.- No te consiento esos modales, te encargarás de la formación de Acevedo y no quiero oir ni una palabra más...

- Preguntamos a una vecina - dijo Martínez interrumpiendo mis pensamientos. La víctima ponía el televisor a toda mecha. Pensaron que se trataba de una película. la descubrió la chica que la limpieza por la mañana. La puerta estaba forzada.

- ¿Huellas?
- Muy pocas. las están analizando.

Martínez aparcó en el callejón de la comisaría. Todo el mundo estaba muy alterado. Acevedo permanecía tranquilo. Al vernos anunció:

- Han llamado de la universidad. El profesor Vazquez ha aparecido muerto en su despacho con un glope en la cabeza.
- ¿El matemático? - dijo Martínez. Asentí.
- ¿Pero qué demonios, Acevedo, cuándo le dejaste allí?
- Hace exactamente una hora. Debió suceder nada más irme...



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