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Nací de un torbellino en el que volaban unos perros, unos leones, diez mil budas, tres selvas, una cascada, cientos de esfinges, un mago, una chamana, un gusano, una mariposa y una libélula, mil significantes y un significado, lo real, lo simbólico y Jerusalén. Y como el viento que arrancó las hojas rojas, verdes y azules del guanaco para crear al sagrado pájaro quetzal, quiso el torbellino que despertara el cuerpo y danzara la mente para ver nacer el mito.

lunes, 30 de marzo de 2015

Elena

Las voces calladas de la noche visitan a Elena. Se enroscan en su cabello, y suplican, implorantes junto a sus oídos.

Una helada lengua de sudor frío recorre su espalda. Viaja, lenta y rauda, hasta su cintura, para quemarle la piel con su frialdad.
Elena siente que el miedo llama a la puerta de su corazón, en forma de taquicardia. Se incorpora de golpe y agitando sus manos intenta deshacerse del abrazo invisible y maléfico que la mantiene enterrada bajo las sábanas.
Un haz de blanca inquietud se cuela por la rendija de la puerta, incomprensiblemente cerrada. El haz se ve interrumpido por suaves sombras que insinúan una presencia tras ella.
De un salto, abandona la cama…
-          ¡Quien anda ahí! – grita, en un afán desesperado por atraer la atención de la sombra siniestra que la visita esta noche. - ¡Au!
Puñales de fuego en sus pies, le avisan de que hoy no son sueños. Siente el calor de su sangre resbalando por su piel. Mira al suelo y las ve, brillando en la oscuridad a la tenue luz de la luna.
Por un instante regresa al diván.

-          Los sueños continúan- explica. - Sigo conectada a aquellas máquinas por tubos que me quitan la vida. Casi no tengo fuerzas para levantarme. Me duelen los brazos como si mil jeringas se me clavaran cada noche para vaciarme… necesito que me cambies la medicación.

No sabe cómo han llegado hasta ahí pero no tiene tiempo de averiguarlo. Con premura, se arranca las agujas de los pies, haciendo más grandes las heridas, y corre hacia la puerta.

La negra espesura la abraza tras abrir la hoja. Puede olerlo. Puede oler el azufre de cerillas encendidas ahora o quizá hace tiempo, pero ya no hay nada. No hay luz, no hay voces.
Mira hacia la puerta de Teresa. De nuevo, el haz blanquecino juega con ella tras la rendija.

-          ¡Ni lo sueñes!, ¡No la tocarás!

Elena se arroja violentamente sobre la puerta cerrada. La hoja de madera, cortés, se abre a su paso. Elena cae al suelo. Siente el duro piso en su cara, la sangre en su boca y el pinchazo del miedo.

Elena busca con ansiedad los dulces rizos de Teresa sobre la almohada, pero solo halla ausencia.
-          ¡No! – grita aterrada. - ¿Dónde está?. ¡Teresa! – aúllla incorporándose. ¡Teresa!

La oscuridad se hace más negra. Elena siente un fuerte dolor en la cabeza. Elena se arropa con el silencio.
Las voces calladas de la noche visitan a Elena. Se enroscan en los blancos tules que engalanan su cabeza cubiertos de costra y dolor, y Elena sabe que hoy es otra noche.

Una helada lengua de sudor frío recorre su espalda. Viaja, lenta y rauda, hasta su cintura, para quemarle la piel con su frialdad.
Mueve apenas sus dedos, intentando deshacerse del abrazo suave y maléfico de las sudorosas sábanas, pero cientos de tubos salen de su cuerpo para sacarle la vida.

Elena saborea la sangre en sus labios, y sabe que está mal herida. El piso cruel partió su piel y su boca y nada de ello fue un sueño.
La presa de su coraje se rompe por la presión de su angustia.

-          ¡Teresa! – susurra apenas.

-          Sí mami…
Elena quiere abrir las pesadas compuertas de la consciencia. Allí, a los pies de la cama, vislumbra las negras cascadas de rizos de su hija amada.

-          Teresa, hija, ¿estás bien?

-          Sí mami… - la metálica voz secuestrada por el pánico de su pequeña hija la inquieta.

-          Ven, quiero verte.

-          Sí mami…
Los suaves bucles en la penumbra se van haciendo próximos, aunque no tanto como el terrible presentimiento.

Elena quiere abrir los ojos, quiere ver a Teresa, quiere oler a su hija, apartar el fuerte olor a azufre, besarla con sus ajados labios, pero un rosado telón se interpone entre ellas.
Elena reconoce el encaje de bolillos de la pequeña almohadita de su hija. El rosa y querido talismán que Teresa lleva a todas partes. La suave prenda se cierne sobre ella como una terrible tormenta. Elena siente su tacto en su boca. El aire de sus pulmones encarcelado en su cuerpo mientras es aplastada por la tierna arma asesina blandida por su pequeña hija.

Elena no tiene fuerzas para luchar. Elena se deja hacer.
Las voces calladas de la noche visitan a Elena. Se enroscan en los ennegrecidos tules que atrapan su cabeza cubiertos de costra y dolor, y Elena sabe que hoy es otra noche.

Una helada lengua de sudor frío recorre su espalda. Viaja, lenta y rauda, hasta su cintura, para quemarle la piel con su frialdad.
Mueve apenas sus dedos, intentando deshacerse del abrazo suave y maléfico de las sudorosas sábanas, pero cientos de tubos salen de su cuerpo para sacarle la vida.

Elena no sabe si abandonó este mundo. Elena no sabe si soñó estar viva, o soño estar muerta. Elena se pregunta por la dulce Teresa. Elena, se pregunta, quien es Teresa.
A su lado, Elena percibe los movimientos de un alargado ser de luz. El ser, dirige sus enormes y almendrados ojos de azabache hacia ella, mientras maneja una máquina con cientos de tubos.

Elena se siente parte de ellos.
Elena cierra los ojos.

Las puertas de su consciencia se abren de nuevo, y ahora son dos los rostros blancos y etéreos que la observan.
Los bucles largos y sedosos de quien un día fué Teresa, reposan sobre la mesilla.

Elena escucha las voces calladas de la noche.
-          Ya tenemos suficiente cortisol. – Dice una de ellas.
-          Necesitamos una nueva víctima.

20150210 Terror - Ficción

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