La metálica voz del sistema de audio no había conseguido despertarle. Darma había regresado de su baile en brazos de Morfeo hacía ya unos minutos terrestres.
Darma tomó una última bocanada de aire de su respirador de dormir, antes de que dejara de funcionar, imaginando que era de color azul.
Le encantaba el azul. Imaginó que
ese color teñía de turquesa sus pulmones, y los hacía más grandes, y mientras,
tanteaba con las manos la pequeña cápsula en la que dormía, en busca de la
escafandra.
Darma retuvo el aire y pensó que
todo él se conviertía en un ser azul. Abrió los ojos, los tres, y el pequeño
espejo sobre sus ojos le devolvió un rostro añil, rodeando el blanco de sus
globos oculares y sus enormes pupilas anaranjadas. Darma sonrió, aprobador,
antes de colocar la escafandra sobre su cabeza y soltar el aire en ella.
Darma accionó un pequeño botón
transparente, y la enorme tapa de cristal que cerraba su cápsula de dormir se
retiró silenciosamente. Dentro de ella todo era de color blanco. Fuera también.
Darma se incorporó y observó cómo decenas de cápsulas inmaculadas dispuestas en
un enorme receptáculo elíptico, también blanco, deslizaban de forma silenciosa
sus tapas cristalinas, y de ellas emergían escafandras que, como peceras, albergaban
peces de colores. Aquellos que cada sentipensante había escogido ese día para
respirar, y que teñirían su piel para el resto del día.
Darma saltó de su cápsula. Su
blanco traje espacial le protegía de las radiaciones cósmicas. Era el mismo
traje que llevaban las decenas de sentipensantes que, al igual que él, saltaban
de sus cápsulas para iniciar su entrenamiento en Argos.
-
Buenos días – saludó telepáticamente Darma a la
especie de pecera que caminaba delante de él. La escafandra se volvió. Dos
negros ojos sonreían por encima del respirador.
-
Buenos días, compañero.- Le devolvió Kendal el
saludo.
-
Hoy es el día.
-
¡En efecto! Hoy aterrizaremos en la Tierra, el
planeta de nuestros antepasados. ¿No es
emocionante?
-
Ya lo creo. El planeta Azul.
-
Buen homenaje.- Le indicó Kendal refiriéndose al
tono de piel que había elegido Darma.- Aunque ahora se le ve más bien rojo. –
Kendal señaló con su segundo dedo índice el cristal de su escafandra, haciendo
alusión al color que había elegido ese día.
Miraron por la ventana para
observar el magnífico espectáculo de la nave acercándose a su destino. Un gran
disco de color sangre apareció ante ellos. Lo contemplaron extasiados. Podía
decirse que eran amigos. La amistad era una de las relaciones que todavía
existían en la raza de los sentipensantes.
Al contrario que la especie
dirigente, los pensaprogram de Shor, o los extraños y casi extintos emotilares,
los sentipensantes todavía conjugaban ambas facultades, la de pensar y sentir,
y por ello habían sobrevivido a la extinción de la mayoría de las especies. Aunque
quedaban muy pocos.
Las crónicas que se relataban en Argos
contaban cómo la raza humana, el origen de los sentipensantes, tuvo que huir de
la Tierra al desaparecer la capa de ozono y quedar expuestos a las radiaciones
y el calor del Sol. Su tecnología les permitió viajar por el espacio y
encontrar otras civilizaciones que combinaban pensamiento y emoción, con las
que procrearon y dando lugar a los diferentes especímenes a los que pertenecían
Darma y Kendal. Sin embargo, esto nunca fue posible entre el resto de especies.
Solo los terrícolas tenían esta facultad, así que todos los sentipensantes
descendían de la Tierra.
Los dos amigos continuaban junto
a la ventana. Se sintieron invadidos por la intensidad de la misión de aquel
día.
-
Dicen que es imposible aguantar la temperatura.
– Transmitió Darma a Kendal.- Argos no se acercará mucho más. – contestó Kendal. Tendremos que bajar en naves ignífugas. Hoy visitaremos la Ciudad Real.
Darma y Kendal entraron en la
blanca sala de entrenamiento y tomaron asiento.
Darma buscó el tubo de
avituallamiento y lo colocó en su vial, justo en el antebrazo derecho. Levantó
la vista, observando las decenas de compañeros conectados mientras recibían las
últimas instrucciones dictadas por audio por el Imperio de Shor, el sistema de computación
cuántico que regía el Universo.- Atención, seres sentipensantes. Ha llegado el final de vuestra travesía. Os disponéis a embarcar en las naves ingnífugas para descender al planeta Tierra, cuna de vuestras distintas civilizaciones.
Vuestra misión es exclusivamente exploratoria. Vuestra instrucción a lo largo de los últimos años solares os ha preparado para sobrevivir a las duras condiciones que encontrareis.
La proyección oleográfica en
medio de la Sala mostró unos rojos cañones cuyos grandes picos se confundían
con el rojo del cielo. Los pensaprogram no habían conseguido comunicarse con
los sentipensantes a través de la telepatía, así que utilizaban los antiguos
sentidos de la vista y el oído, así como los códigos que componían las
diferentes escrituras, para transmitirles sus mensajes.
-
Esta es la cadena del Himalaya. – sonó la voz
metálica.- Al sur de la misma, se encontraba la India.- ¡Qué distinto a las imágenes de los picos nevados recortándose contra el cielo azul!- Le dirigió mentalmente Darma a Kendal.
- Estás hoy de lo más poético – bromeó Kendal…
- Su misión – continuó la voz cibernética - consistirá en encontrar la puerta a la antigua ciudad de Shambala, en la que seres intra-terrestres custodiaban la memoria de la humanidad...
- Shambala…. – pensó Darma…
- No la encontraremos – contestó Kendal. – Es un invento del budismo…
- Tú siempre tan optimista – Darma le miró con el ojo sobre su frente mientras fijaba su mirada en la oleografía, e imaginaba cómo sería aquella tierra hace dos mil años terrestres, o quizá más… cuando las leyendas de los abominables hombres de las nieves asustaban a las tribus locales…
Proyectando
una nueva imagen, la voz metálica sonó de nuevo:
-
Este es un ser de luz. – La oleografía mostraba
un haz de luz blanca con forma humanoide y rasgos sin definir.- No es probable
que lo encuentren, pero eran los guardianes de Shambala y no disponemos de registros
que corroboren o desmientan su existencia ni su desaparición. No son
peligrosos. No se pueden atrapar ni destruir. Si por un remoto e improbable azar
cósmico se encontraran con alguno de ellos, lo más sensato es que entablen
conversación y la graben. Disponen de las preguntas en el registro electrónico.La imagen cambió de nuevo, proyectando imágenes de animales, emotilares terrestres que se correspondían con los señalados en los manuales como Tigres, Elefantes y Yetis.
- Tampoco es probable que encuentren vida animal. No obstante, y aunque los emotilares son peligrosos e imposibles de dominar, les recordamos que disponen de armas paralizantes. Nos interesa estudiar cualquier forma de vida que pudiera quedar en la Tierra. Dispónganse a partir en sus naves ignífugas. Tienen 36 horas para completar la misión. Buena suerte.
Darma sabía que había un riesgo grande de que la nave partiera sin ellos. Sin embargo, sentía que aquel era el día más feliz de su vida.
Junto al resto de tripulantes, Darma y Kendal se dirigieron por los blancos corredores de Arcos hacia el muelle de despegue. Perfectamente dispuestas, se encontraban una decena de cápsulas redondeadas con aspecto gelatinoso y transparente, en cuyos interiores no había nada. Como pompas de jabón flotando a centímetros del suelo, esperaban a ser asignadas a sus correspondientes pilotos.
Darma y Kendal se vieron teletransportados de manera involuntaria hacia una de ellas. La nave, compuesta de aquella sustancia que repelía la radiación y las altas temperaturas, era ádemas una magnífica conductora de ondas de baja frecuencia, en las que se emitían las órdenes de navegación.
Los tripulantes no tenían nada que hacer, más que disfrutar del viaje, y estar bien atentos para volver a tiempo.
- ¿Has consultado las coordenadas de aterrizaje?
- Si, - contestó Kendal. Corresponden a la ubicación del que fue llamado el Monasterio de Cristal, en la antigua región de Dopo.
- Vaya, la etnia Bon – Sonrió Darma.
- Sí, la parte alternativa del Budismo. Dicen que fué la única construcción en la que existía una pintura del Yeti adorando a Buda.
- ¿En serio? Vaya, pensaba que el enamorado del Budismo era yo.- replicó Darma, colocando sus manos en la postura de la antigua flor de Loto.
- Bueno, me gusta documentarme cuando me juego la vida.- Contestó Kendal.
Un pequeño conjunto de pompas de
jabón se desplazaron ingrávidamente por el cosmos hasta atravesar sin
dificultad en la débil atmósfera terrestre. El disco rojo se fue acercando
hasta perder su contorno. La aparentemente delicada burbuja, se separó del
resto, iniciando su camino entre los profundos y orgullosos cañones.
-
¿Y qué harás si te encuentras un ser de luz?- No tendremos esa suerte… Esos seres intra-terrestres ya eran una leyenda en la época humana. No sé cómo se han conservado las noticias de su improbable existencia hasta nuestros días. – dijo el escéptico Kendal.
- Pero nadie duda de la existencia de Shambala . La Ciudad Real Subterránea está en muchos textos budistas, y los guardianes de los libros del conocimiento y la sabiduría humanas también. – replicó Darma.
- Tonterías, discrepancias de los Bon con el resto de los budistas.
- Cuidado, estamos a punto de tomar tierra. ¿Estas son las coordenadas?
- Sí….
- Espera, ¿lo has visto? – Señala Darma al frente asustado.
- ¿El qué?- Dijo Kendal… ¿El abominable hombre de las nieves?
- No… es como una vieja nave, una versión de ésta misma pero de hace bastante tiempo… está incrustada en la montaña.
Mientras la pequeña nave
transparente se posa en el rojo y polvoriento suelo, los ojos anaranjados de un
viejo rostro les espían con ansiedad tras una desgastada y gris escafandra.
Sin pretenderlo, lágrimas de
colores surgen de aquellos tres pozos de asombro y desvelo, que siguen, sin
poder evitarlo, al recién llegado rostro de color azul que tanto ha esperado.
Intenta desprenderse de la
humedad en su mirada, y alzando de nuevo la cabeza acaricia, con su agrisado
guante, el suave pelaje blanco, teñido apenas por el ocre polvo del camino. Su
montura se vuelve a mirarla con ternura, y asiente.
Abrazado a su cintura, sobre los
hombros de la enorme criatura, un alargado y débil ser de luz susurra en su
oído.
-
Te lo dije. Es tu hijo.
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