La Carretera de los HuesosLa autopista de Kolimá, o M56, atraviesa el Extremo Oriente
Ruso. Conecta Magadán y Yakutsk y es la única carretera de la zona, por lo que
también es conocida como “La Ruta”, o Trassa (que es como se dice en ruso), ya
que no necesita ningún nombre especial para distinguirla de otras.
Dimitri cruzaba semanalmente la M56 en su camión repartidor
de la empresa El Corte Ruso. La mayoría de personas que recorrían La Ruta se
dirigían desde Magadán o Yakutsk hasta el interior, por lo que al tramo central
casi no se le hacía mantenimiento y se encontraba en muy mal estado.
Es por ello que, este tramo, se convirtió hace tiempo en un
reto para motociclistas aventureros, y es denominado “La Carretera de los
Huesos”.
Dimitri, alardeaba entre sus conocidos de su gran proeza
semanal, pues era de los pocos que atravesaban La Ruta completa. Desde que Ewan
MacGregor la hizo célebre en 2004 en su viaje con Charlie Boorman, Dimitri
escribía un blog con información detallada, que era de los más visitados por
motoristas de todo el planeta.
Pero el mal estado de la parte central de la M56 no era el
único motivo por el que se la conocía como La Carretera de los Huesos.
Pasado el pueblo de Tomtor, Dimitri tomó el sendero del
bosque, adentrándose en el lugar en el que habitaba la más famosa figura del
folklore y la mitología rusa, guiado por las indicaciones de su navegador GPS.
Varios kilómetros después, Dimitri divisó la vieja casa de
madera. Justo en el punto de encuentro.
Dimitri se dispuso a bajar de su camión, abrigándose de
manera profusa. Aquel invierno, el vecino pueblo de Tomtor se había proclamado
el lugar habitado más frío del planeta, con una temperatura de -71 grados.
Abrió la puerta del vehículo, saltando al suelo, y, frotándose
las manos con vigor, se aproximó a la vieja cabaña que se erigía sobre dos enormes
patas de gallina.
Dimitri se extrañó al no encontrar el gran almirez de madera
y la escoba sobre las que solía viajar la dueña de la casa, y se preguntó si
tal vez había salido.
Al acercarse, las patas de gallina realizaron una genuflexión
para que Dimitri pudiera llamar a la puerta.
-Izbushka, Izbushka- Dijo Dimitri en ruso. Lo que
significaba: “Casita, Casita” –Da la espalda al bosque y el frente hacia mí.
Automáticamente, la puerta se abrió y Dimitri pudo acceder al
interior de la vivienda. Las luces, estaban encendidas, y un suave olor salía
de la cocina.
-¿Babá Yagá? – Preguntó el hombre.
-¿Quién anda ahí?- Una voz aguda y quebrada surgió del cuarto
contiguo
La vieja y arrugada mujer asomó su flotante melena gris y su
nariz azul por el quicio de la puerta.
Dimitri dio un respingo. Durante años, de niño, había tenido
pesadillas con la imagen de la cruel bruja.
-¡Ay, hijo! ¡Qué susto me has dado!- Dijo la mujer ante el
asombro de su visitante- Tengo que poner un timbre en esa puerta. ¡Todo el
mundo se sabe las palabras para entrar en mi casa!
-Lo que tiene que hacer es poner es una alarma, señora-
Contestó el hombre colocando una caja sobre la mesa que había en medio de la
estancia.
Desde que Dimitri llevaba los pedidos a la bruja, la casa contaba
con una moderna instalación eléctrica y bombillas de bajo consumo. Nada de
cráneos de niños en los que colocar velas, según narraban los distintos cuentos
sobre Babá Yagá, a lo largo de la historia. Observando la estancia, Dimitri
pensó que la mujer debía contar con un buen generador, puesto que las patas de
gallina llevaban la cabaña por todo el bosque, así que era imposible
suministrarle electricidad, ni ninguna otra cosa. El repartidor, avisaba a la
mujer del día de entrega del pedido para encontrar la casita en el punto
acordado.
-¡Una alarma! – la anciana se dirigió hacia la mesa en la que
Dimitri había colocado su pedido.- ¡Qué sabré yo de eso!- Al caminar, un sonar
característico invadió la estancia. El chocar de su pata de palo contra la
madera.
“Babá Yagá Pata de Palo”, pensó el hombre, a la vez que
recordaba de nuevo los cuentos de su niñez: “Dormíos pronto o Babá Yagá vendrá
a llevaros en un saco y os comerá”. Dimitri, sintió un escalofrío en el
estómago. Era bien sabido que la bruja no hacía ascos a comerse a un adulto, a
los que respetaba siempre que pudiera obtener algo de ellos.
El hombre miró con curiosidad a la mujer. Intentando apartar
los pensamientos que le invadían, sacó un pequeño dossier de papel.
-Verá. Vienen unas de oferta en el nuevo catálogo, señora.
Mire, se lo he traído.
-¿Ah, sí?- contestó la mujer- Ahora me lo enseñas…
Babá Yagá comenzó a vaciar la caja del Supermercado,
comprobando el pedido en un listado, sobre cuyas líneas pasaba una afilada y
amarillenta uña seguida de su calloso y arrugado dedo índice.
-¿Qué está cocinando?- Preguntó Dimitri, para darle
conversación a la anciana.
-Pollo- Contestó ésta secamente.
-Déjeme que la ayude – dijo entonces el hombre, comprobando
que la mayoría del pedido eran botes de conservas y bandejas de verdura.
-Estoy a régimen- Dijo la bruja a modo de explicación, ante
la mirada de asombro de Dimitri.
-¡Pero si está muy delgada! – dijo él.
-Jajaja… -rió estruendosamente la vieja. A pesar de que Babá
Yagá se comportaba como cualquier anciana del vecino pueblo, su aspecto seguía
siendo temible. Dimitri luchaba por no imaginar murciélagos saliendo de su a
gran y oscura boca – Es que tengo un contrato para participar en un videojuego
de esos, o cómo se llame- explicó- A ver, cuéntame eso de las alarmas.
Dimitri abrió el catálogo por la mitad.
-Esta es- dijo.
-“Securscaya”- leyó la mujer.
-Es la mejor del mercado- explicó Dimitri.
-¿Cómo funciona? –preguntó la anciana.
-La instala usted en la puerta. O si quiere puedo hacerlo yo.
Sólo puede abrirse con un código. Si alguien quiere entrar sin el código la
llaman por teléfono, para saber si es usted, y en caso contrario llaman a la
Policía…
-Jajajaja… A la Policía, ¡qué bueno!...- Dimitri miró divertido
a la mujer a la que había dado un ataque de risa, al que siguió un ataque de
tos- Cog, cog… en fin… continúa- decía la bruja secando las lágrimas de sus
ojos con la manga de su viejo vestido- Y ¿cómo saben que soy yo la que ha
cogido el teléfono?
-Por qué le pedirán una palabra clave- contestó Dimitri- ¿Pero
no utilice “Ibushka, ibushka”!
Esta vez los dos rompieron a reír. Dimitri se sintió
conmovido por la risa de la vieja bruja. A pesar de su nariz azulada y su
crispada melena gris, sus ojos chispeaban como las de las abuelas que cada día
veía en el mercado.
-Claro, claro…- La mujer secó de nuevo las lágrimas con la
manga de su vestido- Está bien, lo pensaré.
-Dese prisa- le dijo Dimitri- Este mes hay una oferta y
regalan las dos primeras cuotas- La mujer asintió ojeando el catálogo, mientras
el hombre recogía y se dirigía a la puerta- Por cierto, dijo antes de irse-
¿Dónde están su escoba y su almirez?
-¡Bah! Los tiré. Eran trastos viejos. Ahora tengo una moto
¿sabes? Está en el taller del pueblo. Me la están poniendo a punto.
-¿En serio?- El hombre se rascó la cabeza intentando
imaginarse a la bruja en una motocicleta.
-No creas que me gusta mucho ir por carretera, hijo, es muy
peligroso. pero bueno, ¡hay que modernizarse!.
-¡Está bien, señora! Me marcho. ¡Hasta la próxima vez!
-Ten cuidado con la carretera hijo.
-No se preocupe, Babá Yagá.- Dimitri saltó al camino cubierto
de nieve desde la puerta de la casa subida a las patas de gallina. Subiendo con
presteza a su camión, enfiló el sendero de vuelta.
“Creo que daré la vuelta y me quedaré a dormir en el pueblo”
pensó. Quería saber si había alguna noticia del último motorista que le había
contactado a través de su blog. Un joven francés, que se disponía a recorrer la
Carretera de los Huesos hace unos días.
En la vieja Ibushka, la bruja Babá Yagá murmuraba entre sus
viejos y ennegrecidos dientes de piedra. Frente al espejo, la flotante melena
gris y su enorme nariz azul, enmarcaban su arrugada cara de complacencia,
mientras se probaba una gruesa cazadora de cuero.
-Oh, lala, mon amour, tres belle…., será mejor que se quite
el abrigo para la cena, mademoiselle. Acompáñeme. Hoy tenemos spècialites
françaises.
20150411 Humanizando al Monstruo.
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