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Nací de un torbellino en el que volaban unos perros, unos leones, diez mil budas, tres selvas, una cascada, cientos de esfinges, un mago, una chamana, un gusano, una mariposa y una libélula, mil significantes y un significado, lo real, lo simbólico y Jerusalén. Y como el viento que arrancó las hojas rojas, verdes y azules del guanaco para crear al sagrado pájaro quetzal, quiso el torbellino que despertara el cuerpo y danzara la mente para ver nacer el mito.

domingo, 31 de mayo de 2015

La Carretera de los Huesos

La Carretera de los HuesosLa autopista de Kolimá, o M56, atraviesa el Extremo Oriente Ruso. Conecta Magadán y Yakutsk y es la única carretera de la zona, por lo que también es conocida como “La Ruta”, o Trassa (que es como se dice en ruso), ya que no necesita ningún nombre especial para distinguirla de otras.

Dimitri cruzaba semanalmente la M56 en su camión repartidor de la empresa El Corte Ruso. La mayoría de personas que recorrían La Ruta se dirigían desde Magadán o Yakutsk hasta el interior, por lo que al tramo central casi no se le hacía mantenimiento y se encontraba en muy mal estado.

Es por ello que, este tramo, se convirtió hace tiempo en un reto para motociclistas aventureros, y es denominado “La Carretera de los Huesos”.

Dimitri, alardeaba entre sus conocidos de su gran proeza semanal, pues era de los pocos que atravesaban La Ruta completa. Desde que Ewan MacGregor la hizo célebre en 2004 en su viaje con Charlie Boorman, Dimitri escribía un blog con información detallada, que era de los más visitados por motoristas de todo el planeta.

Pero el mal estado de la parte central de la M56 no era el único motivo por el que se la conocía como La Carretera de los Huesos.

Pasado el pueblo de Tomtor, Dimitri tomó el sendero del bosque, adentrándose en el lugar en el que habitaba la más famosa figura del folklore y la mitología rusa, guiado por las indicaciones de su navegador GPS.

Varios kilómetros después, Dimitri divisó la vieja casa de madera. Justo en el punto de encuentro.

Dimitri se dispuso a bajar de su camión, abrigándose de manera profusa. Aquel invierno, el vecino pueblo de Tomtor se había proclamado el lugar habitado más frío del planeta, con una temperatura de -71 grados.

Abrió la puerta del vehículo, saltando al suelo, y, frotándose las manos con vigor, se aproximó a la vieja cabaña que se erigía sobre dos enormes patas de gallina.
Dimitri se extrañó al no encontrar el gran almirez de madera y la escoba sobre las que solía viajar la dueña de la casa, y se preguntó si tal vez había salido.

Al acercarse, las patas de gallina realizaron una genuflexión para que Dimitri pudiera llamar a la puerta.

-Izbushka, Izbushka- Dijo Dimitri en ruso. Lo que significaba: “Casita, Casita” –Da la espalda al bosque y el frente hacia mí.

Automáticamente, la puerta se abrió y Dimitri pudo acceder al interior de la vivienda. Las luces, estaban encendidas, y un suave olor salía de la cocina.

-¿Babá Yagá? – Preguntó el hombre.
-¿Quién anda ahí?- Una voz aguda y quebrada surgió del cuarto contiguo
-¡El Corte en Casa, Babá Yagá!. ¡Soy Dimitri!

La vieja y arrugada mujer asomó su flotante melena gris y su nariz azul por el quicio de la puerta.

Dimitri dio un respingo. Durante años, de niño, había tenido pesadillas con la imagen de la cruel bruja.

-¡Ay, hijo! ¡Qué susto me has dado!- Dijo la mujer ante el asombro de su visitante- Tengo que poner un timbre en esa puerta. ¡Todo el mundo se sabe las palabras para entrar en mi casa!

-Lo que tiene que hacer es poner es una alarma, señora- Contestó el hombre colocando una caja sobre la mesa que había en medio de la estancia.

Desde que Dimitri llevaba los pedidos a la bruja, la casa contaba con una moderna instalación eléctrica y bombillas de bajo consumo. Nada de cráneos de niños en los que colocar velas, según narraban los distintos cuentos sobre Babá Yagá, a lo largo de la historia. Observando la estancia, Dimitri pensó que la mujer debía contar con un buen generador, puesto que las patas de gallina llevaban la cabaña por todo el bosque, así que era imposible suministrarle electricidad, ni ninguna otra cosa. El repartidor, avisaba a la mujer del día de entrega del pedido para encontrar la casita en el punto acordado.

-¡Una alarma! – la anciana se dirigió hacia la mesa en la que Dimitri había colocado su pedido.- ¡Qué sabré yo de eso!- Al caminar, un sonar característico invadió la estancia. El chocar de su pata de palo contra la madera.

“Babá Yagá Pata de Palo”, pensó el hombre, a la vez que recordaba de nuevo los cuentos de su niñez: “Dormíos pronto o Babá Yagá vendrá a llevaros en un saco y os comerá”. Dimitri, sintió un escalofrío en el estómago. Era bien sabido que la bruja no hacía ascos a comerse a un adulto, a los que respetaba siempre que pudiera obtener algo de ellos.

El hombre miró con curiosidad a la mujer. Intentando apartar los pensamientos que le invadían, sacó un pequeño dossier de papel.

-Verá. Vienen unas de oferta en el nuevo catálogo, señora. Mire, se lo he traído.
-¿Ah, sí?- contestó la mujer- Ahora me lo enseñas…
Babá Yagá comenzó a vaciar la caja del Supermercado, comprobando el pedido en un listado, sobre cuyas líneas pasaba una afilada y amarillenta uña seguida de su calloso y arrugado dedo índice.

-¿Qué está cocinando?- Preguntó Dimitri, para darle conversación a la anciana.
-Pollo- Contestó ésta secamente.
-Déjeme que la ayude – dijo entonces el hombre, comprobando que la mayoría del pedido eran botes de conservas y bandejas de verdura.
-Estoy a régimen- Dijo la bruja a modo de explicación, ante la mirada de asombro de Dimitri.
-¡Pero si está muy delgada! – dijo él.
-Jajaja… -rió estruendosamente la vieja. A pesar de que Babá Yagá se comportaba como cualquier anciana del vecino pueblo, su aspecto seguía siendo temible. Dimitri luchaba por no imaginar murciélagos saliendo de su a gran y oscura boca – Es que tengo un contrato para participar en un videojuego de esos, o cómo se llame- explicó- A ver, cuéntame eso de las alarmas.

Dimitri abrió el catálogo por la mitad.

-Esta es- dijo.
-“Securscaya”- leyó la mujer.
-Es la mejor del mercado- explicó Dimitri.
-¿Cómo funciona? –preguntó la anciana.
-La instala usted en la puerta. O si quiere puedo hacerlo yo. Sólo puede abrirse con un código. Si alguien quiere entrar sin el código la llaman por teléfono, para saber si es usted, y en caso contrario llaman a la Policía…
-Jajajaja… A la Policía, ¡qué bueno!...- Dimitri miró divertido a la mujer a la que había dado un ataque de risa, al que siguió un ataque de tos- Cog, cog… en fin… continúa- decía la bruja secando las lágrimas de sus ojos con la manga de su viejo vestido- Y ¿cómo saben que soy yo la que ha cogido el teléfono?
-Por qué le pedirán una palabra clave- contestó Dimitri- ¿Pero no utilice “Ibushka, ibushka”!

Esta vez los dos rompieron a reír. Dimitri se sintió conmovido por la risa de la vieja bruja. A pesar de su nariz azulada y su crispada melena gris, sus ojos chispeaban como las de las abuelas que cada día veía en el mercado.

-Claro, claro…- La mujer secó de nuevo las lágrimas con la manga de su vestido- Está bien, lo pensaré.
-Dese prisa- le dijo Dimitri- Este mes hay una oferta y regalan las dos primeras cuotas- La mujer asintió ojeando el catálogo, mientras el hombre recogía y se dirigía a la puerta- Por cierto, dijo antes de irse- ¿Dónde están su escoba y su almirez?
-¡Bah! Los tiré. Eran trastos viejos. Ahora tengo una moto ¿sabes? Está en el taller del pueblo. Me la están poniendo a punto.
-¿En serio?- El hombre se rascó la cabeza intentando imaginarse a la bruja en una motocicleta.
-No creas que me gusta mucho ir por carretera, hijo, es muy peligroso. pero bueno, ¡hay que modernizarse!.
-¡Está bien, señora! Me marcho. ¡Hasta la próxima vez!
-Ten cuidado con la carretera hijo.
-No se preocupe, Babá Yagá.- Dimitri saltó al camino cubierto de nieve desde la puerta de la casa subida a las patas de gallina. Subiendo con presteza a su camión, enfiló el sendero de vuelta.

“Creo que daré la vuelta y me quedaré a dormir en el pueblo” pensó. Quería saber si había alguna noticia del último motorista que le había contactado a través de su blog. Un joven francés, que se disponía a recorrer la Carretera de los Huesos hace unos días.

En la vieja Ibushka, la bruja Babá Yagá murmuraba entre sus viejos y ennegrecidos dientes de piedra. Frente al espejo, la flotante melena gris y su enorme nariz azul, enmarcaban su arrugada cara de complacencia, mientras se probaba una gruesa cazadora de cuero.


-Oh, lala, mon amour, tres belle…., será mejor que se quite el abrigo para la cena, mademoiselle. Acompáñeme. Hoy tenemos spècialites françaises.

20150411 Humanizando al Monstruo.

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