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Nací de un torbellino en el que volaban unos perros, unos leones, diez mil budas, tres selvas, una cascada, cientos de esfinges, un mago, una chamana, un gusano, una mariposa y una libélula, mil significantes y un significado, lo real, lo simbólico y Jerusalén. Y como el viento que arrancó las hojas rojas, verdes y azules del guanaco para crear al sagrado pájaro quetzal, quiso el torbellino que despertara el cuerpo y danzara la mente para ver nacer el mito.

domingo, 31 de mayo de 2015

Proceso Vital de los Indifercios

Cómo superar una ruptura sentimental con 9 sencillas pautasExisten unos pequeños seres que nacen en las grietas de las relaciones rotas.

Como musgo transparente, aparecen un día, y se expanden sin cesar por la fisura creada de manera repentina, cubriendo sus paredes putrefactas por acción del abandono.

Es la indiferencia la que da origen a su nombre. Como hongos microscópicos se reproducen alimentados por el desamor, hasta que la grieta se hace más profunda. Y entonces, salen de sus escondrijos.

Un día Clara se preguntó por qué lucía distinta. Por qué oscuras cuencas se habían instalado bajo sus ojos. Tal vez se sorprendió de dejar de oír su risa cantarina. Tal vez sospechó que de verdad algo le pasaba. O tal vez solamente pensó que tenía un mal día.

Los indifercios no son perceptibles al ojo humano. O, al menos, no a la vista de un ojo inexperto. Como parásitos que son, escapan de las grietas en las que viven y vuelan por el aire en busca de su huésped. Aquella persona olvidada sobre la que puedan posarse y crecer gracias a su confusión y su dolor.

Si pudiésemos verlos, nos parecerían semillas de la flor de un diente de león, volando en equipo desde su cuna rasgada.

Con la seguridad de conocer su destino, emprenden un día el vuelo como las aves migratorias hacia destinos nunca visitados. Como las tortugas vuelven al cabo de los años a desovar en la playa que las vio nacer.

Si. Los indifercios llevan grabado en su ADN el lugar al que deben dirigirse. Sin el mínimo margen de error. Pues solamente esa persona abandonada fue la causa de su nacimiento.

Así que, el día en que, como un pequeño enjambre invisible, los indifercios rodearon a Clara, ella ni siquiera imaginaba que Germán había decidido desaparecer de su vida.
No le fue posible oír el crujir que dio origen a la grieta. Nunca sospechó que él decidera acabar con la relación que le unía, cada vez más, a aquella mujer hermosa, alegre, que amenazaba con instalarse en su corazón.

No. Clara no contaba con aquello. Y fue así, de repente.

Germán dejó de contestar a los mensajes, y a las llamadas. “Estará ocupado” decía ella, al principio.

Pero los indifercios llegaron volando hasta Clara. Se agruparon junto a sus sienes, sobre su pecho, en la boca de su estómago. Como una mala plaga, poco a poco, se extendieron por toda su piel.

Clara ganó en palidez a medida que cientos de pequeños indifercios se iban apoderando de su cuerpo. Apenas medían unos milímetros. Pero cientos de milímetros transparentes como medusas cubrieron a la bella Clara, sin se diera cuenta.

Como puntillas punzantes bailando, alrededor de sus cuerpos gelatinosos, los indifercios hundieron sus miles de patas sobre la delicada piel de su huésped, adhiriéndose a ella sin posibilidad de separación, para formar parte indisoluble de su ser.

Clara nunca confesó que había empezado a preguntarse por la causa de su silencio. Pero al cabo de unos días, o más bien de unas noches, comenzó a abrazarse a la almohada y a emitir profundos suspiros.

Con cada uno de ellos, los indifercios hundían aún más sus apéndices libadores. Esos que llevaban enroscados bajo su cuerpo invisible y despliegan una vez parasitan a su víctima. Se beben la esperanza y siembran necesidad y nostalgia, a la vez que hacen desaparecer el rubor de las mejillas.

Clara veía aparecer en las cuencas de sus ojos, suaves lágrimas que se derramaban sin causa aparente, y cambiaban la suave tonalidad del bajo párpado por un tono morado intenso.

Apenas había reparado en su pérdida de peso. Los indifercios en su estómago podían triplicar tu apetito o hacerlo desaparecer, pues no es la comida del huésped lo que les hace vivir, sino la ansiedad instalada ahí. Justo bajo el diafragma.

No había advertido su delgadez hasta que aquel vestido verde le resbaló por los hombros. Clara se quedó mirando al espejo, que le devolvió un medio cuerpo blanquecino que no reconoció como suyo. Dirigió su mirada al suelo. Hacia aquel trapo arrugado que había sido su vestido favorito. El que llevaba puesto el día de su primera cita con él.

-Me siento atrapado por tu belleza – dijo Germán con sus ojos claros brillando a la luz de una pequeña vela.

Ella no le quería entonces. Aún no le amaba. Se sentía atraída por su misterio. Pero se dejó besar.

Los suspiros y las lágrimas acudieron de nuevo ante su imagen reflejada. Clara miró largamente al espejo. Se preguntó dónde estaba la mujer que había acudido a aquella cena.

La mujer alegre, exuberante. La mujer decidida y hermosa que solía comerse el mundo.
Diño una patada al vestido, que se deslizó por el suelo hacia un rincón. Clara respiró de manera profunda. Como si con aquella patada pudiera alejar también su recuerdo.
Cientos de indifercios se retorcieron con aquel gesto, desclavando sus agujas de la suave piel de la muchacha.

Miró de nuevo la superficie pulida que le devolvió su imagen, palpando su rostro, reparando por primera vez en sus cuencas oscuras, en sus pómulos prominentes, en su sonrisa perdida.

Buscó en el fondo de sus ojos su orgullo perdido. Y allí lo encontró. Ultrajado. Abandonado. Encogido.

-Ya basta- se dijo. Y tan solo con esas palabras, la voluntad se instaló en su mente y el color en su piel.

Se enfundó un ceñido vaquero y una cómoda camiseta, pellizcando sus mejillas y colocando coqueta sus cabellos sobre su rostro y sus hombros. Subiéndose a sus tacones, empolvó su rostro y coloreó sus labios. Una Clara renovada asintió aprobadora desde el otro lado del espejo. Aquellos pequeños seres continuaban retorciéndose sobre sus cuerpos gelatinosos.

Nunca se preguntó de dónde salió aquel brillo repentino de “setevespléndida” que lucen aquellas personas a las que les van bien las cosas.

No. Eso no era importante.

Solamente los expertos saben que los indifercios son alérgicos al orgullo y la determinación, y que sus cuerpos se tornan colágeno de aloe vera cuando el desamor abandona a sus huéspedes.

20150517 Bestiario



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