Me despierto como cada noche, sin
necesidad de que nada ni nadie me avise, y comienzo a desperezarme, notando
como mis ojos están completamente acostumbrados a la oscuridad.
No obstante, como indican las
normas, una luz está encendida en el laboratorio, y desde mi austero cuarto
puedo apreciar, a través de la cristalera, que los individuos continúan con la
actividad acostumbrada. Nada ha cambiado.
Me levanto ordenando a mi recién
despierto cuerpo que se mueva, y la actividad poco a poco entra en mí. Miro alrededor, buscando el
desayuno, o más bien la cena, aunque para mí es el desayuno, ya que me acabo de
levantar. Y sí, lo veo ahí, en el lugar acostumbrado. Los del turno de día son
siempre así de eficientes. Y cada vez que me levanto encuentro ahí mi comida,
diligentemente dispuesta.
Me acerco y bebo un poco de agua
del surtidor. Antes de ponerme a comer, decido que haré un poco de ejercicio,
así que me dirijo a la cinta, y comienzo a andar y luego a trotar, y
luego a correr, hasta que decido que es suficiente, que ya he entrado en acción
y ahora sí que tengo hambre.
Mientras como, voy recordando las
conclusiones de la jornada anterior, acerca del comportamiento de los
individuos.
Siempre me cuesta un poco empezar
la rutina, la verdad es que puede parecer normal para quienes se ocupan del
turno de noche. Pero yo soy un animal nocturno. Funciono mejor por la noche,
siempre ha sido así.
El laboratorio me cuida bien. Se
vive bien aquí. Sin grandes lujos, pero no falta de nada. Tienes todo bien
equipado, un espacio suficiente, maquinaria para hacer deporte, un lecho cómodo
para dormir, y una cristalera magnífica para visualizar a los individuos y
poder realizar tu investigación.
La monotonía no es problema para
mí. Algunos se volverían locos si día tras día sucediera lo mismo. Pero yo lo
considero fundamental. ¿Cómo si no podría observar los cambios en ellos?
No, todo está estudiado. El
laboratorio tiene años de experiencia y así es como funciona. El cambio,
cualquier pequeño cambio, es evidente así. Si no hay mutación fuera, cualquier
cosa llama tu atención dentro.
Los miro. Hoy parecen deprimidos.
No sé cuál es la razón. El individuo 1 se encuentra en su lugar habitual. Es su
sitio preferido, pasa horas y horas ahí, pero desde ahí interactúa
frecuentemente con los otros, se dirige a ellos y les habla en aquel lenguaje
que no hemos conseguido descifrar, aunque ese no es mi campo. Pero un día lo
haremos.
Hoy el individuo 1 está como
encerrado en sí mismo. Me pregunto si será algún efecto secundario del virus.
Observo durante algunas horas, obviando a los otros dos individuos, quienes
parecen enfrascados en una animada danza, levantando sus extremidades
superiores y haciéndose gestos, seguramente acompañados de guturales sonidos,
aunque no puedo oírlos, ya que como he dicho, no forma parte de mi
investigación.
Los individuos 2 y 3 siempre
tienen esa actitud. El individuo 3 es una hembra, y en ocasiones es curioso
cómo se impone al grupo. Aunque el jefe, está claro, es el 2.
Pero hoy me centro en el
individuo 1. Creo que está enfermo. Es el más joven de los tres. Le gusta
jugar. En ocasiones se acerca a la cristalera y parece que quisiera comunicarse
conmigo.
Para mí, es especial. Es como si
tuviéramos un vínculo. Recuerdo aquella vez que estuve tan enfermo. Esas
vacunas que nos suministra el laboratorio no me sientan bien. En dos ocasiones
enfermé y tuve que esforzarme mucho para continuar con el trabajo.
En una de ellas pasaron varios
días sin que me levantara de la cama y estuve a punto de abandonar. Sin embargo
me encanta mi trabajo, así que me esforcé y conseguí sobreponerme y aquí estoy.
Mantuve el empleo y tengo un montón de material sobre este grupo de
observación. Estoy seguro de que mis conclusiones serán definitivas para algún
gran descubrimiento.
Vuelvo al individuo 1. Su
expresión es claramente triste. Por más que intento dilucidar cuál es la causa,
no consigo apreciar otros signos de enfermedad.
Los individuos 2 y 3 dejan de
interactuar entre sí y se dirigen a él. Veo como se producen intercambios de
gestos, y probablemente de sonidos entre ellos, y cómo parecen
querer animar al individuo 1.
Pero es inútil. El individuo 1 no
cambia su actitud, aunque parece querer escapar de ese diálogo en el que se ha
visto enfrascado.
Con emoción, observo cómo se
acerca a la cristalera, así podré tomar nota con mayor precisión sobre sus
movimientos. Se sitúa frente a mí. Me mira. Su expresión sigue siendo triste, y
mentalmente lo anoto para recordarlo entre la lista de síntomas.
De repente, lo oigo. No es
posible. Otra vez.
Levanto mis ojos al techo viendo
cómo se abre ante mí y deja entrar una cantidad exagerada de luz.
Entro en pánico, y los pelos bajo
mi nariz me confirman, erizándose, que el peligro me acecha, que de nuevo
enfermaré, y así, notando cómo me suspendo en el aire, creo ver al individuo 1,
sujetándome por la cola, y acercándome una enorme aguja, seguida de una jeringa
cuyo líquido va vaciándose dentro de mí.
Y mientras ese líquido envenena
mi cuerpo y quema mis entrañas, por más que yo agite mis cuatro patas en el
aire, el individuo 1 rezuma un líquido por su ojo y articula un sonido que no
logro entender: “Adiós, viejo amigo”
20140518 Inversion
No hay comentarios:
Publicar un comentario