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Nací de un torbellino en el que volaban unos perros, unos leones, diez mil budas, tres selvas, una cascada, cientos de esfinges, un mago, una chamana, un gusano, una mariposa y una libélula, mil significantes y un significado, lo real, lo simbólico y Jerusalén. Y como el viento que arrancó las hojas rojas, verdes y azules del guanaco para crear al sagrado pájaro quetzal, quiso el torbellino que despertara el cuerpo y danzara la mente para ver nacer el mito.

lunes, 4 de agosto de 2014

El laboratorio

Me despierto como cada noche, sin necesidad de que nada ni nadie me avise, y comienzo a desperezarme, notando como mis ojos están completamente acostumbrados a la oscuridad.

No obstante, como indican las normas, una luz está encendida en el laboratorio, y desde mi austero cuarto puedo apreciar, a través de la cristalera, que los individuos continúan con la actividad acostumbrada. Nada ha cambiado.

Me levanto ordenando a mi recién despierto cuerpo que se mueva, y la actividad poco a poco entra en mí. Miro alrededor, buscando el desayuno, o más bien la cena, aunque para mí es el desayuno, ya que me acabo de levantar. Y sí, lo veo ahí, en el lugar acostumbrado. Los del turno de día son siempre así de eficientes. Y cada vez que me levanto encuentro ahí mi comida, diligentemente dispuesta.

Me acerco y bebo un poco de agua del surtidor. Antes de ponerme a comer, decido que haré un poco de ejercicio, así que me dirijo a la cinta, y comienzo a andar y luego a trotar, y luego a correr, hasta que decido que es suficiente, que ya he entrado en acción y ahora sí que tengo hambre.

Mientras como, voy recordando las conclusiones de la jornada anterior, acerca del comportamiento de los individuos.

Siempre me cuesta un poco empezar la rutina, la verdad es que puede parecer normal para quienes se ocupan del turno de noche. Pero yo soy un animal nocturno. Funciono mejor por la noche, siempre ha sido así.

El laboratorio me cuida bien. Se vive bien aquí. Sin grandes lujos, pero no falta de nada. Tienes todo bien equipado, un espacio suficiente, maquinaria para hacer deporte, un lecho cómodo para dormir, y una cristalera magnífica para visualizar a los individuos y poder realizar tu investigación.

La monotonía no es problema para mí. Algunos se volverían locos si día tras día sucediera lo mismo. Pero yo lo considero fundamental. ¿Cómo si no podría observar los cambios en ellos?

No, todo está estudiado. El laboratorio tiene años de experiencia y así es como funciona. El cambio, cualquier pequeño cambio, es evidente así. Si no hay mutación fuera, cualquier cosa llama tu atención dentro.

Los miro. Hoy parecen deprimidos. No sé cuál es la razón. El individuo 1 se encuentra en su lugar habitual. Es su sitio preferido, pasa horas y horas ahí, pero desde ahí interactúa frecuentemente con los otros, se dirige a ellos y les habla en aquel lenguaje que no hemos conseguido descifrar, aunque ese no es mi campo. Pero un día lo haremos.

Hoy el individuo 1 está como encerrado en sí mismo. Me pregunto si será algún efecto secundario del virus. Observo durante algunas horas, obviando a los otros dos individuos, quienes parecen enfrascados en una animada danza, levantando sus extremidades superiores y haciéndose gestos, seguramente acompañados de guturales sonidos, aunque no puedo oírlos, ya que como he dicho, no forma parte de mi investigación.

Los individuos 2 y 3 siempre tienen esa actitud. El individuo 3 es una hembra, y en ocasiones es curioso cómo se impone al grupo. Aunque el jefe, está claro, es el 2.

Pero hoy me centro en el individuo 1. Creo que está enfermo. Es el más joven de los tres. Le gusta jugar. En ocasiones se acerca a la cristalera y parece que quisiera comunicarse conmigo.

Para mí, es especial. Es como si tuviéramos un vínculo. Recuerdo aquella vez que estuve tan enfermo. Esas vacunas que nos suministra el laboratorio no me sientan bien. En dos ocasiones enfermé y tuve que esforzarme mucho para continuar con el trabajo.

En una de ellas pasaron varios días sin que me levantara de la cama y estuve a punto de abandonar. Sin embargo me encanta mi trabajo, así que me esforcé y conseguí sobreponerme y aquí estoy. Mantuve el empleo y tengo un montón de material sobre este grupo de observación. Estoy seguro de que mis conclusiones serán definitivas para algún gran descubrimiento.

Vuelvo al individuo 1. Su expresión es claramente triste. Por más que intento dilucidar cuál es la causa, no consigo apreciar otros signos de enfermedad.

Los individuos 2 y 3 dejan de interactuar entre sí y se dirigen a él. Veo como se producen intercambios de gestos, y probablemente de sonidos entre ellos, y cómo parecen querer animar al individuo 1.

Pero es inútil. El individuo 1 no cambia su actitud, aunque parece querer escapar de ese diálogo en el que se ha visto enfrascado.

Con emoción, observo cómo se acerca a la cristalera, así podré tomar nota con mayor precisión sobre sus movimientos. Se sitúa frente a mí. Me mira. Su expresión sigue siendo triste, y mentalmente lo anoto para recordarlo entre la lista de síntomas.

De repente, lo oigo. No es posible. Otra vez.

Levanto mis ojos al techo viendo cómo se abre ante mí y deja entrar una cantidad exagerada de luz.

Entro en pánico, y los pelos bajo mi nariz me confirman, erizándose, que el peligro me acecha, que de nuevo enfermaré, y así, notando cómo me suspendo en el aire, creo ver al individuo 1, sujetándome por la cola, y acercándome una enorme aguja, seguida de una jeringa cuyo líquido va vaciándose dentro de mí.


Y mientras ese líquido envenena mi cuerpo y quema mis entrañas, por más que yo agite mis cuatro patas en el aire, el individuo 1 rezuma un líquido por su ojo y articula un sonido que no logro entender: “Adiós, viejo amigo”

20140518 Inversion


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