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Nací de un torbellino en el que volaban unos perros, unos leones, diez mil budas, tres selvas, una cascada, cientos de esfinges, un mago, una chamana, un gusano, una mariposa y una libélula, mil significantes y un significado, lo real, lo simbólico y Jerusalén. Y como el viento que arrancó las hojas rojas, verdes y azules del guanaco para crear al sagrado pájaro quetzal, quiso el torbellino que despertara el cuerpo y danzara la mente para ver nacer el mito.

martes, 5 de agosto de 2014

Historia de un colibrí (I.El nacimiento)

El tremendo dolor de su cabeza le hace temer que un loco sádico la haya emprendido a golpes con ella, o tal vez se hubiera apoderado de su ser y pretendía acabar con su existencia cruelmente.

Poco a poco va comprendiendo que el latir de sus sienes es lo que provoca aquel agudo dolor. Y no sabe cómo, va volviendo en sí.

Un sordo zumbido en sus oídos le avisa de que algo no va bien. Tal vez le han golpeado la cabeza, o tal vez se haya caído lastimándose, pero los dolorosos latidos a ambos lados de la frente y el fuerte sonido son insoportables.

Va tomando consciencia de un desagradable sabor pastoso y pegajoso en su boca, así como de un hilillo que le cae por la comisura derecha de los labios.

Es un liquido dulce pero revenido, como una mezcla de frutas fermentada, probablemente con mucho alcohol añadido.

Intenta abrir los ojos, pegadas las pestañas entre sí, las de arriba con las de abajo, lo que, en un primer momento, agradece, pues aquella improvisada cortina le protege de los tenues pero dolorosos rayos de sol que se cuelan por un raído techo de paja.

Entumecida, sin poder mover ni un músculo, descubre la sensación de otra piel junto a la suya. Juraría que está desnuda, e intenta percibir el tacto de alguna prenda de vestir sobre su cuerpo, pero no siente nada. Solo aquella piel. Aquella suave y cálida piel junto a la suya, y, poco a poco, el sonido de una respiración.

Sobreponiéndose al zumbido y los martillazos en su cabeza, abre definitivamente los ojos, descubriendo el habitáculo en el que se encuentra. Una pequeña choza circular, construída con troncos revestidos de chamizo, y cubierta con un techo conoidal de brezo, viejo, que deja colarse los rayos del sol entre sus huecos.

Nota que está tumbada, boca abajo, los brazos extendidos y cruzados sobre su cabeza, y quiere incorporarse, pero no puede moverse. Un fuerte dolor hace que dirija su mirada hacia sus manos, y allí, en el dorso de ambas, sendas alas de colibrí inician un baile hipnótico que le marea y regresa, con un nuevo golpe al dejar caer su cabeza en el suelo, al mundo de los sueños.



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